CHÉJOV, Antón

CHÉJOV, AntónAutores
 

Escritor ruso. 1860-1904. Nació en Taganrog. Después de una infancia difícil y de que su familia pasase por grandes dificultades económicas, se trasladó a Moscú. Allí estudió medicina a la vez que iba ganando fama como escritor gracias a colaboraciones en los periódicos. Ejerció como médico y publicó cuentos y obras teatrales con los que consiguió un gran reconocimiento. Enfermo de tuberculosis, los últimos años de su vida los pasó en Yalta, donde siguió escribiendo dramas teatrales y algunos de los más de mil cuentos que componen su obra completa. Falleció en un balneario, en Badenweiler, Alemania.


Los chicos
Contenido en Obras selectas; selección y prólogo de Soledad Puértolas; Madrid: Espasa, 1999; 10 pp. de 1017 pp.; col. Austral Summa; trad. de V. Andresco, J. Héctor de Zabalía, G. Portnoff, N. Tasin y S. Ximénez; ISBN: 84-239-9318-3.

Las hermanas pequeñas de Volodia están intrigadas por los secretos que se traen él y su amigo Chechevitsen: «Aquel chico moreno y delgaducho, con sus cabellos como cerdas y lleno de pecas, les parecía a las niñas un héroe extraordinario». Los chicos ignoran a las niñas mientras leen a Mayne REID, y terminan escapándose para buscar aventuras. Después de ser detenidos en la ciudad y devueltos a casa, se marcha Chechevitsen que, afirma el narrador, «tenía un aspecto severo y arrogante y, al despedirse de las niñas, no dijo ni una palabra; tan sólo cogió el cuaderno de Katia y escribió en él, como recuerdo: Montigomo, Uña de Buitre».


El estudiante
Contenido en Cuentos; Valencia: Pre-Textos, 2002, 2ª ed.; 6 pp. de 295 pp.; col. Narrativa Clásicos; selección y prólogo de José Muñoz Millanes; trad. de Víctor Gallego Ballestero; ISBN: 84-8191-363-4.

El joven seminarista Iván Velikopolski vuelve a casa por la noche de un frío Viernes Santo. «A su alrededor todo estaba desierto y mostraba un aspecto especialmente sombrío». Piensa en la pobreza y el hambre y la ignorancia y la soledad y el sentimiento de opresión de los campesinos, existente desde siempre: «y aunque pasaran otros mil años la vida no mejoraría». Se une a unas mujeres que se calientan en una hoguera y les comenta cómo en una noche parecida el apóstol Pedro también se calentó las manos y negó a Jesucristo. Y la reacción que observa en las mujeres desencadena en Iván una fuerte conmoción interior.


La novia
Contenido en la edición de Cuentos de Pre-Textos, 25 pp.

Nadia está comprometida pero tiene dudas. Sasha, un amigo suyo y de su familia, le dice que huya para estudiar y ella, después de una gran lucha interior, le hace caso y se va. Terminado el curso y los exámenes vuelve a casa, donde recibe la noticia de la muerte de Sasha, y entonces se da cuenta de que «su vida había cambiado por completo» y de que «se sentía sola, extraña e innecesaria en esa ciudad».


Grischa
Contenido en Obras selectas; selección y prólogo de Soledad Puértolas; Madrid: Espasa, 1999; 4 pp. de 1017 pp.; col. Austral Summa; trad. de V. Andresco, J. Héctor de Zabalía, G. Portnoff, N. Tasin y S. Ximénez; ISBN: 84-239-9318-3.

Un chiquitín de casi tres años sale al parque con su niñera y ve cómo ella charla con su novio. El narrador cuenta las impresiones que recibe Grischa en el nuevo mundo al que le llevan, en el que le sorprende que haya «tal cantidad de mamás, papás y tías, que no se sabe a cuál de ellas acudir», y caballos cuyos pies se mueven tan rápidamente… «De regreso a su casa, Grischa le cuenta a mamá, a las paredes, a la cama, dónde ha estado y lo que ha visto. Habla más con las manos y la cara que con la lengua. Enseña cómo brilla el sol, cómo corren los caballos…»


Entre chiquillos
Contenido en Obras selectas; selección y prólogo de Soledad Puértolas; Madrid: Espasa, 1999; 8 pp. de 1017 pp.; col. Austral Summa; trad. de V. Andresco, J. Héctor de Zabalía, G. Portnoff, N. Tasin y S. Ximénez; ISBN: 84-239-9318-3.

Juegos entre niños cuando sus padres no están. Grischa, nueve años, entusiasta, a quien «el miedo de perder, la envidia y las combinaciones numéricas llenan su cabeza»; Ania, ocho años, que «también tiene miedo de que los otros ganen», para quien es la suerte lo importante; Sonia, seis años, «juega tan sólo por distraerse»; Aliocha, un chiquitín redondo como un bolo, «para él no hay avidez ni amor propio»; Andrei, el hijo de la cocinera, «por completo sumergido en la aritmética del juego y en su sencilla filosofía: ¡qué de cifras hay en el mundo!». Y más tarde se une al juego Vasia, el mayor, al que «le asalta el deseo de probar también su suerte y de distraerse con ellos».


Un acontecimiento
Contenido en Obras selectas; selección y prólogo de Soledad Puértolas; Madrid: Espasa, 1999; 8 pp. de 1017 pp.; col. Austral Summa; trad. de V. Andresco, J. Héctor de Zabalía, G. Portnoff, N. Tasin y S. Ximénez; ISBN: 84-239-9318-3.

Un niño presencia las maniobras de su familia para forzar el casamiento de la cocinera con el cochero. El relato termina señalando cómo el chico «sintió una gran lástima de Pelageya, aquella víctima de la injusticia humana».


Gente difícil
Contenido en Cuentos imprescindibles (The Essential Tales of Chekhov, 1998); Barcelona: Lumen, 2000; 10 pp. de 455 pp.; col. Palabra en el tiempo; trad. de Augusto Vidal; edición y prólogo de Richard Ford; ISBN: 84-264-1294-7. Nueva edición en Barcelona: Penguin Clásicos, 2016; 480 pp.; col. Penguin Clásicos; ISBN: 978-8491051923. [Vista del libro en amazon.es]

Ante la petición de dinero de su hijo, a punto de marcharse a la universidad, el terrateniente Yevgraf Shiriáyev monta un escándalo. El hijo se indigna y se va, pero luego vuelve y tiene una discusión áspera con su padre en la que le recrimina su dureza y, sobre todo, que maltrate a su madre. Después, «el estudiante entró en su cuarto y se tumbó en silencio. Hasta la medianoche permaneció inmóvil, sin abrir los ojos. No experimentaba cólera ni vergüenza, sino cierto vago dolor en el alma. No culpaba al padre, no compadecía a la madre, no se torturaba con remordimientos de conciencia. Comprendía que todos en la casa experimentaban el mismo dolor, pero de quién era la culpa, quién sufría más, quién menos, únicamente lo sabía Dios».


Pequeñeces de la vida
Contenido en Cuentos imprescindibles (The Essential Tales of Chekhov, 1998); Barcelona: Lumen, 2000; 6 pp. de 455 pp.; col. Palabra en el tiempo; trad. de Augusto Vidal; edición y prólogo de Richard Ford; ISBN: 84-264-1294-7. Nueva edición en Barcelona: Penguin Clásicos, 2016; 480 pp.; col. Penguin Clásicos; ISBN: 978-8491051923. [Vista del libro en amazon.es]. Relato contenido también en Obras selectas, Espasa, con el título Una pequeñez, 8 pp.

Con la promesa de no decirlo a nadie, el amante de su madre le pide al pequeño Alioscha, ocho años, que le cuente qué cosas le dice su padre cuando está con él. Pero cuando llega la madre le falta tiempo para comentárselo, despechado, en presencia del chico. El narrador cuenta que Alioscha, «por primera vez en su vida se encontraba de manera tan brutal con la mentira cara a cara; hasta entonces no había sabido que en este mundo, además de peras dulces, de empanadas y de relojes caros, existen muchas otras cosas que, en el lenguaje de los niños, no tienen nombre».


Vanka
Relato contenido en Obras selectas, Espasa, 6 pp., y en la edición de Cuentos de Pre-Textos, 16 pp.

Un chico de nueve años, angustiado en su trabajo como aprendiz de zapatero, escribe a su abuelo pidiéndole que le lleve con él al pueblo: «Te seré todo lo útil que pueda. Rogaré por ti, y si no estás contento conmigo, puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, guardaré el rebaño. Abuelito: te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a la aldea contigo, pero no tengo botas y hace demasiado frío para ir descalzo».


En casa
Contenido en La señora del perrito y otros cuentos; Madrid: Alianza, 1998, 6ª reimpr.; 13 pp. de 189 pp.; col. El Libro de Bolsillo; trad. y nota preliminar de Juan López-Morillas; ISBN: 84-206-3428-X.

El protagonista fracasa en sus intentos de explicar a su hijo de siete años que no debe fumar… Lo acabará consiguiendo cuando, después de fijarse en los dibujos de su hijo, reflexiona sobre la dificultad que las personas mayores tienen para comprender los criterios y juicios artísticos de los niños: su hijo «creía posible y razonable dibujar personas que eran más altas que casas, reproducir con el lápiz, no sólo los objetos, sino también las propias sensaciones. Así, pues, representaba los sonidos de una orquesta en forma de vagas manchas esféricas, el silbido como un hilo en espiral. Para él, el sonido se asociaba tan íntimamente a la forma y el color que cada vez que dibujaba letras con lápices de colores pintaba indefectiblemente la L de amarillo, la M de rojo, la A de negro, y así por el estilo».


La estepa
Barcelona: Alba, 2001; 150 pp.; col. Alba Clásica; trad. de Víctor Gallego Ballestero; ISBN: 84-8428-119-1. Libro que contiene también En el Barranco (V orague, 1900), 75 pp. [Vista del libro en amazon.es]

El pequeño Yegorushka, nueve años, hace un viaje a través de la estepa ucraniana para incorporarse al Instituto de la ciudad. Al principio va con su tío Kuzmichov y con el padre Jristofor. Ellos le dejan luego en compañía de unos carreteros mientras se ocupan de sus negocios. Cuando llegan a la ciudad, Kuzmichov y Jristofor se hacen cargo de nuevo de Yegorushka, y le llevan a casa de una mujer con la que vivirá en adelante.



En su prólogo a Cuentos imprescindibles dice Richard Ford que, «como lectores de literatura imaginativa, siempre vamos en busca de pistas, de señales: ¿Dónde en la vida buscar con mayor diligencia? ¿Qué no podemos dejar pasar inadvertido? ¿Cuál es el origen de tal clase de calamidad humana, de tal clase de júbilo y placer? ¿Cómo podemos vivir más cerca de esta y más lejos de aquella? Y para buscadores como nosotros, Chéjov es un guía, quizá el guía». Y esto es así, apunta el escritor norteamericano, porque Chéjov señala siempre lo más importante de la vida.

La mayoría de sus cuentos son sobre la vida cotidiana de gente de clase media, sobre personajes que a menudo son tipos anodinos y trágicos, pero que siempre son «tratados con inteligencia, gracia y compasión». El autor ruso capta la intimidad de sus personajes: como si los sorprendiera en el gesto que los define. Sabe transmitir la profundidad de los sentimientos por medio de gestos mínimos o de silencios, creando situaciones que hacen pensar aunque no tengan tensión para un lector ávido de aventuras excitantes. Chéjov, «mediante la precisión, el ritmo y las decisiones acerca de qué contar», «con su minuciosidad y escrupulosa observación», «demuestra que los sucesos corrientes presentan trascendentes alternativas morales —acciones humanas voluntarias susceptibles de ser juzgadas buenas o malas—, y por tanto tienen consecuencias en la vida que nos conviene tomar en consideración».

Además del amor por el detalle y de la concisión narrativa, si algo es característico en los cuentos de Chéjov es que no son previsibles, «y si algo puede calificarse de “típico”, es su insistencia en que permanezcamos atentos a los matices de la vida, sus gestos íntimos y sus más nimias connotaciones morales», dice Ford. Por eso, entre sus relatos los hay burlescos y dramáticos; los hay directos y claros, en los que «de manera sistemática cuenta exactamente lo que desea que sepamos», y los hay sutiles y evanescentes, que nos dejan «intentando aferrar en el aire las respuestas a las profundas pero ambiguas vacilaciones morales presentes en el relato». Los de chicos seleccionados aquí son también variados y, en conjunto, ofrecen un muestrario extenso de actitudes tanto de los propios niños como de los adultos que los rodean.

En unos se hacen, como desde fuera, magistrales descripciones del comportamiento y de las personalidades que asoman ya: es el caso de Grischa, Entre chiquillos, Los chicos. Lo mismo se puede decir de En casa, pero aquí el relato se centra en las reflexiones y el aprendizaje del adulto cuando se fija en las actitudes del niño.

Otros se meten dentro del personaje-niño. A veces para, simplemente, ¿simplemente?, mostrar una situación dura que nos conmueve, como Vanka, definido quizá con razón como el cuento de Navidad más triste del mundo. De un modo más distante pero igualmente revelador, para mostrar cómo un niño descubre la maldad de los adultos o la crueldad de ciertas reglas sociales, como Pequeñeces de la vida o Un acontecimiento. Y en La estepa, una novela corta donde la naturaleza ocupa un primer plano y que fue calificada de obra maestra por Katherine MANSFIELD, Chéjov nos hace asistir al dolor interior de un chico que se separa de su madre, y al desconcierto que le inunda cuando va conociendo gentes y ambientes tan distintos a los suyos.

Con personajes de más edad, en otros se describe cómo un joven hace un descubrimiento vital de gran importancia. Puede ser con un relámpago de reconocimiento como en El estudiante, un cuento conmovedor y asombroso. Puede ocurrir después de una tensa situación que sirve como desencadenante de un proceso interior, que a la vez significa ruptura con los padres y comprensión de sus condicionamientos, como Gente difícil. Y puede sobrevenir a través de un proceso más largo en el tiempo como La novia, interesante relato por ser el último cuento del autor, escrito poco después de que se hubiera reabierto la posibilidad de que las mujeres fueran a los institutos, y uno de los pocos cuentos de Chéjov que finaliza dejando un panorama despejado a su protagonista.

Algo importante a tener en cuenta para la comprensión de los relatos del autor figura en Brevedad e intensidad.

Otro relato más de Chéjov es Kashtanka (1887), que se menciona dentro de los Cuentos de la vieja Rusia ilustrados por Guennadi SPIRIN, y que también está comentado con ocasión de una nueva edición.

Pasado venturoso y presente desdichado

La maestría de Chéjov para meternos en la piel de sus personajes y para dar fluidez a su narración puede observarse cuando, en La estepa, el pequeño Yegorushka asiste a una comida que le da información sobre sus compañeros de viaje:

«Durante la comida se entabló una conversación en la que todos participaron. De ella dedujo Yegorushka que sus nuevos conocidos, a pesar de las diferencias de edad y de carácter, tenían algo en común que los asemejaba: todos eran personas con un pasado venturoso y un presente desdichado; todos hablaban de su pasado con entusiasmo, pero contemplaban su presente casi con desprecio. A los rusos les gusta recordar, pero no les gusta vivir. Yegorushka desconocía esa circunstancia; antes de terminar la sopa, estaba firmemente convencido de que los carreteros reunidos en torno al caldero eran hombres humillados y ofendidos por el destino. Panteléi contó que en los tiempos antiguos, cuando aún no existía el ferrocarril, conducía convoyes a Moscú y a Nizhni Nóvgorod y ganaba tanto dinero que no sabía qué hacer con él. ¡Y qué comerciantes había en esos tiempos, qué pescado, qué barato era todo! Ahora las distancias eran más cortas, los comerciantes más avaros, los hombres más pobres, el pan más caro; todo se había vuelto mezquino y se había envilecido en extremo. Yemelián contó que en el pasado había trabajado como chantre en la fábrica de Lugansk, que poseía una voz extraordinaria y leía las notas de manera admirable; ahora, en cambio, se había convertido en un campesino y se alimentaba de la caridad de su hermano, que le enviaba con sus propios carros y se quedaba con la mitad de su sueldo. Vasia había trabajado en otro tiempo en una fábrica de cerillas; Kiriuja había sido cochero en una casa importante y estaba considerado en la región el mejor conductor de troikas. Dímov, hijo de un campesino acomodado, vivía como quería, se divertía, no conocía penas, pero en cuanto cumplió veinte años, su padre, un hombre severo e inflexible, quiso que se acostumbrara a trabajar y, temiendo que en la casa adquiriera malos hábitos, lo empleó como carretero, igual que a un simple jornalero. Sólo Stiopka callaba, pero también en su rostro barbilampiño se leía que había vivido en el pasado mucho mejor que ahora».

Lo más fundamental de la vida humana

El estudiante, después de observar la emoción de las mujeres cuando les contó la negación de Pedro, se da cuenta de que no fue porque lo hubiera contado muy bien, sino por la relación de aquel episodio con el presente. «Una súbita alegría agitó su alma […]. El pasado, pensaba, estaba al ligado al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que se sucedían. Y tenía la sensación de que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, había vibrado el otro». Y, más tarde, «pensaba que la verdad y la belleza, que habían guiado la vida humana en el huerto y en el patio del sumo pontífice y habían perdurado de manera ininterrumpida hasta el día presente, constituirían por siempre lo más fundamental de la vida humana y de todo cuanto había sobre la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud y de fuerza —sólo tenía veintidós años— y una dulce e inefable esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida se le antojó maravillosa, encantadora, imbuida de un elevado sentido».

Otras obras y más información:

Cinco novelas cortas;

—una edición de los Cuentos completos del autor ha sido publicada en Madrid: Páginas de Espuma, 2016, en cuatro volúmenes:
—1880-1885 [Vista del libro en amazon.es]
—1885-1886 [Vista del libro en amazon.es]
—1887-1893 [Vista del libro en amazon.es]
—1894-1903 [Vista del libro en amazon.es]

Leyendo a Chéjov, de Janet Malcolm (libro también citado en Respeto por los hijos);

Recuerdos de Tólstoi, Chéjov y Andréiv, de Maxim Gorki;

Seis grandes escritores rusos, de Mariano Fazio;

Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores, una selección de textos de Chéjov que he citado en varias notas: Campo limitado, Control de todo exceso, Cosas que solo se alcanzan con la sencillez, Ninguna predilección especial, No jueces, sino testigos, No mentir, No seamos charlatanes.

 


4 febrero, 2006
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