LEE, Harper

LEE, HarperAutores
 

Escritora norteamericana. 1926-. Nació en Monroeville, Alabama. Estudió Derecho en la Universidad de Alabama. Trabajó varios años en una compañía aérea. Durante muchos años su única obra conocida fue Matar un ruiseñor, hasta que en 2015 publicó Ve y pon un centinerla.


Matar un ruiseñor
Barcelona: Nuevas ediciones de Bolsillo, 2002; 448 pp.; col. Jet; trad. de Baldomero Porta; ISBN: 84-8450-855-2. Nueva edición en B de Bolsillo, 2018; 416 pp.; ISBN: 978-8490701218. [Vista del libro en amazon.es]

Años 1935 a 1937. Maycomb, «una población antigua y fatigada», del estado de Alabama. Atticus Finch, un abogado viudo, defiende a Tom Robinson, un negro acusado de un delito que no ha cometido. Sus hijos, Jem y Scout, de doce y ocho años, presencian y juzgan tanto la actuación de su padre como las reacciones de sus vecinos y amigos. Verán que los hombres honrados de Maycomb rinden a su padre «el tributo más grande que podemos rendir a un hombre: poner en él la confianza de que obrará rectamente». Otros les harán sentir el peso de sus prejuicios raciales y, en esos días, conocen por fin a un misterioso vecino, Boo Radley, un hombre recluido en su casa y temido por todo Maycomb.



Matar un ruiseñor es un relato que muchos consideran magistral: contiene sentido del humor, penetración en el mundo interior de los niños, agudeza en la observación de la realidad y en la crítica social, muchas apreciaciones valiosas acerca de cómo debe ser una educación liberal y a la vez exigente. Es la hija de Atticus, Jean Louise Scout, la que cuenta con lenguaje rico y ágil lo sucedido, desde su perspectiva y la de su hermano Jem. La narración rebosa encanto y deja un poso de simpatía y bondad, sin atenuar la dureza de las situaciones que refleja. Al hilo del relato va surgiendo el pasado de Maycomb y la historia familiar de los Finch. Los retratos de los distintos personajes son vívidos: mister Radley «era un hombre delgado y correoso con unos ojos incoloros, tan incoloros que no reflejaban la luz»; Tía Alexandra «tenía modales de yate fluvial y de internado de señoritas; […] había nacido en caso acusativo, era una murmuradora incurable. […] Nunca se aburría, y en cuanto se le ofrecía la menor oportunidad ejercitaba sus prerrogativas reales: componía, aconsejaba, prevenía y advertía».

Lecciones de Atticus Finch

En particular, Matar un ruiseñor dibuja una figura de padre sorprendentemente atractiva. Toda la novela gira en torno a la integridad de Atticus y a su deseo de inculcar en sus hijos sentido de la justicia y de comprensión hacia las personas, incluso cuando su comportamiento no guste o no sea el correcto.

Ante los primeros enfrentamientos de Scout con una maestra novata, Atticus dice a su hija: «Si sabes aprender una treta sencilla, Scout, convivirás mucho mejor con toda clase de personas. Uno no comprende de veras a una persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista… […], hasta que se mete en el pellejo del otro y anda por ahí como si fuera el otro».

Cuando quiere que Scout corrija su tendencia a pelear en la escuela, le indica: «Levanta la cabeza y no levantes los puños. Sea lo que fuere lo que te digan, no permitas que te hagan perder los nervios. Procura luchar con el cerebro, para variar… Es un cambio excelente, aunque tu cerebro se resista a aprender».

Al poner un rifle en manos de sus hijos, les da sólo una orientación: «Preferiría que disparaseis contra botes vacíos en el patio trasero, pero sé que perseguiréis a los pájaros. Matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado».

Cuando la situación se pone difícil porque crece la crítica social contra Atticus por defender a un negro, Atticus explica a Scout que «no luchamos contra los yanquis, luchamos contra nuestros amigos. Pero tenlo presente, por muy mal que se pongan las cosas, siguen siendo nuestros amigos y este es nuestro hogar».

Cuando la tía de los chicos le reprocha que les permita conocer ciertas cosas, Atticus le responde: «Este es su país, hermana. Se lo hemos forjado de este modo, y vale la pena que aprendan a aceptarlo tal como es».

Una vecina, Miss Maudie, dice a Scout y Jem que su padre «es el mismo en casa que por las calles públicas», algo que no comprenden bien. Al terminar la historia, Scout escucha decir a su padre cómo su intención siempre ha sido vivir de forma que pueda devolver la mirada a sus hijos sin desviar los ojos: «Si no se fían de mí no podrán fiarse de nadie. […] «No puedo vivir de un modo en público y de otro modo diferente en casa».

Tom Robinson, Boo Bradley, un ruiseñor, sus propios hijos pequeños: el comportamiento recto de Atticus grabará, en la mente y el corazón de sus hijos que bajo ningún concepto se puede hacer daño a un inocente. Y, cuando todo termina, Scout escribe: «Mientras regresaba a casa, pensé que Jem y yo llegaríamos a mayores, pero que ya no podríamos aprender muchas cosas más, excepto, posiblemente, álgebra».

Críticas al libro

Con acierto, y tal vez un punto de exageración, en este blog se indica por qué a Flannery O’CONNOR no le gustó la novela de Harper Lee: porque «absuelve a la clase social de Lee —la élite rica, la clase alta— de su responsabilidad en crear una cultura de racismo en el Sur. En la novela, todo el racismo de Maycomb emana de los Ewell, un clan despreciado y aislado de «basura blanca» que vive en una choza de lata detrás del basurero del pueblo. Atticus Finch, el abogado del pueblo (y por eso mismo uno de los hombres más poderosos y respetados de Maycomb) no es hostil a los negros, tampoco el sheriff o las demás familias de clase media del pueblo. Hasta las familias trabajadoras como los Cunningham no son abierta y violentamente racistas. Y a pesar de todo, a pesar de ser los únicos racistas del pueblo, los pobres y odiados Ewell de algún modo consiguen suficientes influencias como para acusar a un negro de un crimen que claramente no había cometido. Y ese es el motivo por el que Matar un ruiseñor es parte de las lecturas de todos los colegios de América: (…) [porque dice que] los negros son buenos, los blancos de clase media son buenos, los blancos de clase baja son la raíz de todo mal, y la «pérdida de la inocencia» es una auténtica tragedia».

Otra novela: Ve y pon un centinela.


11 febrero, 2006
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