ELIOT, George

ELIOT, GeorgeAutores
 

Seudónimo de la escritora británica Mary Ann Evans. 1819-1880. Nació en Arbury, Warwickshire. Ensayista, traductora, escribió las novelas que le dieron fama con los consejos e impulso del filósofo, escritor y crítico G. H. Lewes. Para evitar habladurías, pues vivía con Lewes, que no podía divorciarse de su mujer, la escritora publicó las primeras novelas con seudónimo masculino. Se reveló su identidad después de Adam Bede (1859), a la cual siguieron varias novelas largas como El molino sobre el Floss, Silas Marner (1861) y, unos años más tarde, la mejor de todas: Middlemarch (1872). Falleció en Londres.


El molino junto al Floss
Barcelona: Planeta, 1988; 500 pp.; col. Clásicos Universales; introducción de Doireann MacDermott; trad. de María Luz Morales; ISBN: 84-320-3986-1; agotado.
Otra edición titulada El molino del Floss está en Barcelona: Alba, 2019; 560 pp.; col. Alba minus; trad. de Carmen Francí Ventosa; ISBN: 978-8490656006. [Vista del libro en amazon.es]

Los Tulliver son propietarios de un molino y tienen dos hijos, el práctico y algo bruto Tom y la sensible y lista Maggie. El primer tercio de la novela es la infancia de los dos: el aprendizaje de Tom con el reverendo Stelling sobre todo. El segundo es la ruina de los Tulliver cuando pierden unos pleitos con su vecino, el abogado Waken. El tercero es la recuperación, por parte de Tom, del molino de su padre, y el regreso de Maggie a la vida social: situada en el medio del amor del jorobado Felipe Waken y del pretendiente de su prima Lucy, al primero no puede hacerle caso porque se lo prohíbe su hermano Tom, y no puede atender al segundo sin traicionar a su prima.



Se ha dicho que El molino junto al Floss es la primera novela que realiza un retrato convincente de personajes infantiles. Ciertamente, Charlotte BRONTË había dado pinceladas certeras en Jane Eyre y en Villette y, por supuesto, DICKENS lo hizo también con los numerosos niños que presentó en sus novelas. Pero la más rígida estructura narrativa que George Eliot impone a su narración, obligándose a llevar paso a paso el despliegue de las personalidades de los chicos, sin hacerlos mejores de lo que son, ni permitirse más trampas melodramáticas que la inundación final, da una solidez mayor a los pequeños Tulliver que a otros protagonistas infantiles del pasado.

No serviría de nada lo anterior, sin embargo, sin la categoría que demuestra la autora, tanto para las descripciones precisas y detalladas de ambientes, como para la penetración en la psicología de personajes muy distintos. Toda la novela es un ejercicio de inteligencia y de talento literario, aunque lo mejor sea su comienzo. El estilo reflexivo y pausado es un arma óptima para el humor irónico y benévolo que gasta Eliot: «La timidez de un niño no es siempre señal de respeto a los mayores, y mientras uno trata de animarles, en la idea de que están sobrecogidos a causa de nuestra mayor edad y sabiduría, nueve de cada diez están burlándose de nosotros. El único consuelo que nos queda es que probablemente los niños griegos se burlaron lo mismo de Aristóteles. Sólo cuando nos han visto dominar un caballo indómito, o apalear a un carretero insolente, o nos han admirado con una escopeta en la mano, pueden esos jovencitos vergonzosos admirar y envidiar nuestro carácter».

Cerebro: estómago, hoja de papel, espejo

Una y otra vez, Eliot aprovecha los sucesos para realizar digresiones siempre interesantes. Unas veces son observaciones al paso, «pocas cosas hay en este mundo que desorienten más que una sagacidad equivocada», o «la gente sencilla como nuestro amigo Tulliver pueden envolver sentimientos intachables en ideas erróneas»… En otras ocasiones se detiene más en la explicación, por ejemplo, cuando habla de que la metáfora favorita de Mr. Stelling «era que los clásicos y la geometría constituían el cultivo de la mente, que la preparaba para producir abundante cosecha. No hay nada que decir contra la teoría de Mr. Stelling. […] Sólo se puede decir que para Tom resultó tan desagradable como si le hubiesen atiborrado de queso para curarle de una indigestión de queso. ¡Es asombroso ver qué resultado tan distinto se logra variando de metáfora! Esta idea de considerar el cerebro como un estómago intelectual o aquella ingeniosa concepción de comparar a los clásicos y a la geometría con arados y rastrillos, parecen no determinar nada. Mas de aquí puede pasarse a comparar el cerebro con una hoja de papel blanco o con un espejo, en cuyo caso nuestro símil del proceso digestivo resulta completamente desatinado. Fue sin duda una idea ingeniosa llamar al camello el barco del desierto; pero esta metáfora de nada sirve para amaestrar mejor o peor a esta bestia tan útil. ¡Oh, Aristóteles! De haber gozado del privilegio de nacer en nuestros “tiempos modernos” en vez de pertenecer a los antiguos, ¿verdad que hubieras mezclado en tu alabanza del discurso metafórico, como signo de elevada inteligencia, la lamentación de que la inteligencia aparezca tan pocas veces en el discurso de la metáfora, tanto que no podemos sino en muy raras ocasiones decir lo que es una cosa si no es dándole el nombre de la otra?»

Otros textos

Hay otros textos de la autora, tomados de otras obras suyas, en las siguientes notas:
—de Adam Bede (1859): Largas pestañas.
—de El velo alzado (1859): Brevedad, La vejez decepcionada.
—de Silas Marner (1861): Una indulgencia que no es bondad.
—de Middlemarch (1871-1872): Rumores, La rotación del sólido irregular, La épica del hogar, Sólidos y sutiles, Espejos de reducidas dimensiones, Sinceridad vigorosa y amor a la verdad, El primer placer que nos produce un texto.

Los primeros relatos de la autora se recogieron en Escenas de la vida parroquial.


30 marzo, 2006
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