GUDÍN, Enrique

GUDÍN, EnriqueAutores
 

Escritor español. Nació en Ibiza. Licenciado en Historia. Profesor de bachillerato.


En primaria todos éramos muy listos
Barcelona: Edebé, 2015; 176 pp.; col. Periscopio; ISBN: 978-8423683550. [Vista del libro en amazon.es]

Gonzalo, Chalo, repetidor de 4ª de E.S.O., con bien ganada fama de revoltoso y mal estudiante, cuenta qué pasó el curso en el que tuvo que cuidar de su primo Samu, de ocho años, recién llegado a su ciudad. Chalo sabe que tiene que «quemar su pasado para no quemar su futuro» pero…



«Novela de profesor», que revela el conocimiento que su autor tiene del paisaje vital y mental de sus alumnos, pues atrapa bien el mundo interior de justificaciones del protagonista y recrea con gracia muchas situaciones y anécdotas escolares. Con el profesor de Física, el Wolframio, cuyo lema era «trabajáis mejor cuando tenéis miedo», el narrador tiene una relación tensa en la que con facilidad se dispara: «Comenzaba a estar cegado y, aunque todavía sabía lo que me estaba haciendo, también sabía que si me hinchaba mucho las narices —que se le notaba que estaba dispuesto a hinchármelas—, pasaría a la ofensiva, que si estábamos todos de mala leche, no iba yo a ser menos. Y si nos vamos a hacer daño, pues yo también tengo mi granito de arena que aportar».

Un importante punto a favor de esta historia es el final que deja en suspenso al lector. Otro, frente a tantos relatos que tratan de modo frívolo el sufrimiento de un chico cuyos padres discuten o se separan, es que aquí el foco se centra en Chalo —y eso justifica que pueda ser divertida—, y sólo a través de lo que percibe Chalo el lector se da cuenta de los problemas de Samu —que de ningún modo se ven como divertidos—.

De todos modos, su acierto mayor está en que la voz del narrador transmite bien cómo es su mundo interior, ciertamente muy por encima de lo que cabría esperar de alguien que suspende Lengua repetidamente. En cualquier caso, resultan muy graciosas, y muy ilustrativas, sus explicaciones autojustificativas tan bien elaboradas, sus circunloquios y disimulos para intentar que no se noten algunas cosas y contar las cosas como si fueran de otro. Son muy eficaces también algunas descripciones hiperbólicas: Chalo cuenta que un día, a la puerta del cine, unas compañeras de clase «llegaron hasta donde estábamos y, aunque no era ni muchísimo menos el caso, me saludaron como si nos hubiésemos encontrado en mitad del desierto después de años buscándonos mutuamente».

Un jeta

Hay varias escenas en la historia de cómo son las relaciones entre mayores y pequeños, a veces los mayores protegen a los pequeños, a veces los pequeños se la juegan a los mayores, y a veces al revés, como en este caso entre Chalo y Samu: «Aunque me cueste reconocerlo, a mi edad me seguían buscando los bocatas de Nocilla y él traía unos “cinco estrellas”. A cambio de ellos yo le daba medio del que yo traía —chorizo de pueblo— que tampoco estaba mal y le convencía de que un bocadillo suyo equivalía a medio mío, porque la masa corporal de los dos, la suya y la mía, no podía ni compararse, y así como él no podía sobrealimentarse (no estaría bien que empezase a tener problemas de obesidad a tan tierna edad), tampoco estaba bien que yo me subalimentase».

No es fácil sacudirse la mala fama, como Chalo comprueba: poco tiempo después de comenzar el curso con buenos propósitos tiene un incidente con un profesor y le castigan: «Fue sólo un aviso de que las cosas no son tan fáciles como uno piensa y que, cuando crees que lo tienes todo controlado, resulta que no lo tienes, y que lo que hay que hacer es no bajar la guardia y menos si tienes una fama como yo la tenía, que era más bien mala. Porque entonces no hay salvación posible, te dicen que ya vale, que has vuelto a las andadas y no te dan opción. Y eso de que en la duda por el reo, nada, porque aunque haya reo, lo que no hay es duda, te dicen que lo que hay es que eres un jeta, y como no te castiguen, no vas a aprender, así que a poner buena cara y aguantarte. Y allí me tenéis una semana entera privado del recreo sólo por haberme dado el gusto de darle la razón al profesor: “¿quieres que me vaya? Pues me voy”».


28 noviembre, 2007
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