NORTON, Mary

NORTON, MaryAutores
 

Escritora inglesa. 1903-1992. Nació en Londres. Fue actriz. Residió unos años en Portugal y, cuando su marido se alistó en la segunda Guerra Mundial, se fue a EE.UU. con sus hijos. Regresó a Inglaterra en 1943, fecha en que publicó su primer libro. Falleció en Hartland, Devonshire.


La bruja novata
Son dos relatos: The Magic Bed-Knob, 1943, y su secuela, Bonfires and Broomsticks, 1947, que fueron reunidos más tarde en Bedknob and Broomstick, 1957. Barcelona: Bruguera, 1982; 251 pp.; col. Historias biblioteca amarilla; ilust. de Eric BLEGVAD; trad. de José María Pomares Olivares; ISBN: 84-02-08535-0; agotado. Nueva edición en Barcelona: RBA Libros, 2019; 288 pp.; trad. de Ángela Esteller García; ISBN: 978-8427216884. [Vista del libro en amazon.es]

Tres hermanos, Carey, Charles y Paul, éste de seis años, pasan un verano en Bedfordshire, con su tía. Allí conocen a la señorita Price y su secreto: puede volar montada en una escoba. Cuando se rompe un tobillo, los niños la convencen de que les haga un hechizo sencillito: si Paul quiere viajar a algún sitio, del pasado, del presente o del futuro, sólo tiene que desearlo mientras gira una perilla de una de las esquinas de su cama y la cama lo llevará. Con este procedimiento, los niños harán algunos viajes. En el primer relato figura un episodio que hoy se considera políticamente incorrecto: los niños van a Uepe, una isla de los Mares del Sur que debería estar desierta pero donde habitan caníbales de los que se libran gracias a los hechizos de la señorita Price. En el segundo, dos años después, los niños viajan a 1666, y regresan con un tímido brujo de la época, Emelius Jones, que hace buenas migas con Eglantine Price.


¿Han muerto todos los gigantes?
Madrid: Alfaguara, 1983, 2ª ed.; 141 pp.; ilust. de Brian Froud; trad. de Pablo Lizcano; ISBN: 84-204-3217-2.

Un chico inglés aficionado a la ciencia-ficción, incrédulo hacia los personajes de los cuentos de hadas tradicionales, se encuentra un día, cuando despierta, en una habitación algo diferente. Allí estaba una señora con moño de pelo blanco que le conduce a un país distinto, donde habita gente que pertenece a una época inmemorial. Con cierto distanciamiento, James va saludando a personajes antiguos que, se supone, seguirán viviendo para siempre jamás, en los corazones de los niños pequeños, pero no en el suyo…


Los incursores
Madrid: Altea, 1997, 6ª impr.; 175 pp.; col. Altea Junior; ilust. de Diana Stanley; trad. de Héctor Silva; ISBN: 84-372-2055-6. Nueva edición, que contiene este libro y el segundo de la serie, en Barcelona: Blackie Books, 2015; 344 pp.; trad. de Héctor Silva Míguez; ISBN: 978-84-16290-28-4. Nueva edición, también en Blackie Books, 2019; ISBN: 978-8417552701 [Vista del libro en amazon.es]

Los incursores son una raza de pequeños seres que viven al margen de la sociedad, escondidos bajo el suelo, debajo de las alfombras, detrás de los cuadros… Los apellidos de cada familia muestran cual fue la localización inicial de su vivienda: los Clock (el reloj), Harpsichord (el clavicordio), Overmantel (la repisa de la chimenea), Sink (fregadero)… La familia Clock, formada por Pod y Homily, y su hija Arrietty, de quince años, debe marcharse cuando son descubiertos, lo que sucede a raíz del trato imprudente que Arrietty entabla con un niño de nueve años que pasa una temporada en la casa por razones de salud.


Los incursores en el campo
Madrid: Altea, 1989; 229 pp.; col. Altea Junior; ilust. de Diana Stanley; trad. de Héctor Silva; ISBN: 84-372-2082-3. Nueva edición, que contiene este libro y el primero de la serie, en Barcelona: Blackie Books, 2015; 344 pp.; trad. de Héctor Silva Míguez; ISBN: 978-84-16290-28-4. Nueva edición, también en Blackie Books, 2019; ISBN: 978-8417552701 [Vista del libro en amazon.es]

Los Clock deben adaptarse a su vida en el campo e instalan su vivienda en un borceguí abandonado. Pero un gitano ambulante de nombre Ojo Claro lo acaba cogiendo y logra verlos. Les salva la inesperada presencia de Spiller, un incursor intrépido y solitario, cuya técnica es la «del aprovéchate-mientras-puedas: apoderarse velozmente de cualquier cosa a la que pudiera echar mano y escaparse con rapidez». Spiller, además, resulta ser amigo de Tom Goodenough, otro chico humano que les lleva a su casa del bosque. Allí, los Clock reencuentran a los Hendreary, unos familiares con los que habían perdido el contacto.


Los incursores navegan
Madrid: Altea, 1985; 196 pp.; col. Altea Junior; ilust. de Diana Stanley; trad. de Héctor Silva; ISBN: 84-372-2999-5. Pongo la cubierta de una edición en inglés.

Como hay tensiones en la relación con los Hendreary, los Clock deciden buscar casa en otro sitio. Se marchan, ayudados por Spiller, a través del desagüe de la casa. Aunque les pilla un inesperado torrente de agua jabonosa y caliente, a causa de un «serumano» que se baña a horas intempestivas, llegan sanos y salvos a su primer destino: una tetera junto al río. Pero también la tetera es arrastrada por la corriente, momento en que los ve Ojo Claro de nuevo e intenta capturarles, y otra vez es Spiller quien los libra.


Los incursores en el aire
Madrid: Altea, 1987; 196 pp.; col. Altea Junior; ilust. de Diana Stanley; trad. de Héctor Silva; ISBN: 84-372-2116-1.

Los Clock llegan a una mini-ciudad, reconstruida en su finca por el bondadoso señor Pott, antiguo ferroviario y mañoso entusiasta de los trenes en miniatura, en la que hay pequeñas figuras fabricadas por la señorita Menzies. Ella se da cuenta de la llegada de los incursores, entabla contacto con Arrietty, y decide protegerlos. Pero Pott es envidiado por el matrimonio Platter, que también han fabricado otra ciudad en miniatura con intereses comerciales. Al darse cuenta del atractivo de las figuras de Pott, y en especial de algunas que tienen vida, deciden robarlas. Pero los Clock pueden fabricar un globo y escaparse.


Los incursores vengados
Madrid: Altea, 1988; 320 pp.; col. Altea Junior; ilust. de Pauline BAYNES; trad. de Héctor Silva; ISBN: 84-372-2137-4.

Primavera de 1912. Los Clock llegan a una nueva vivienda. Encuentran a Peagreen, un dinámico y culto joven Overmantel que vive allí y que hace buenas migas con Arrietty. También los Hendreary se han establecido en la iglesia cercana. Varias señoras de la localidad acuden a ella con frecuencia, entre ellas la señorita Menzies, y allí un día los Platter descubren a un incursor. Pero, cuando están intentando capturarlo, acaban siendo sorprendidos como si estuvieran robando en la iglesia.



En línea con personajes parecidos a los creados por E. NESBIT, La bruja novata resulta todo un hallazgo, por su bondad, su inseguridad y su histerismo: Eglantine afirma que «todas las cosas, incluso la magia, requieren moderación», pero lo cierto es que debe hacer unos esfuerzos notables por mantenerse tranquila y no excitarse. En ¿Han muerto todos los gigantes?, Norton demuestra también su capacidad de fusionar la fantasía tradicional con una mentalidad actual que aprecia el sentido del humor y que los acontecimientos se sucedan con ritmo rápido.

Pero, sin duda, son los pequeños incursores sus personajes más logrados y duraderos. Inspirados en los antiguos gnomos o en los hobbits creados por TOLKIEN, los incursores tienen unos quince centímetros de altura, viven a costa de los humanos y llaman «incursionar» a lo que los hombres llaman robar, están muy bien perfilados tanto colectiva como individualmente. La autora da personalidad a cada una de sus criaturas y hace una pintura coherente de la relación de los Clock entre sí y con los otros seres. La obra pierde parte de su eficacia en las traducciones pues, aunque tienen calidad e ingenio, no pueden transmitir los matices de las palabras y expresiones que usa Norton, empezando por la inexacta correspondencia entre «borrowers» e «incursores».

A lo largo de la serie, Norton desarrolla con fluidez y soltura unos relatos repletos de ingenio y cuidadosamente elaborados. En el primero, es la señora May la que cuenta a su sobrina Kate lo que, a su vez, a ella le contó su hermano: el chico del que se hizo amigo Arrietty. En el segundo, la señora May hace que Kate conozca a Tom Goodenough, ahora un anciano guardabosques y que, años atrás, fue quien llevó a los incursores a su casa. En el tercero se nos dice que fue Kate quien escribió para sus hijos toda la historia, muchos años después, rompiendo la promesa que le había hecho a Tom, y que la pieza documental más importante que manejó fue una diminuta libreta victoriana de canto dorado, un diario de Arrietty, que Kate había descubierto en la cabaña de Tom. Se deduce que lo sucedido en el cuarto libro procede de las conversaciones de Arrietty con la señorita Menzies, y en el quinto de una conversación que se anuncia entre ella y Spiller… Esta sofisticación narrativa, que se apoya en distintos enfoques deficientes, contribuye a dar al relato una verosimilitud de la que de otro modo carecería, y añade un elemento más de interés: además de querer saber qué ocurre con los Clock, el lector también acaba deseando averiguar cómo hemos llegado a saber su historia.

Por otra parte, que LOS INCURSORES pueda calificarse como una de las obras fundamentales de la narrativa fantástica inglesa, y no hay más que pensar en descendientes como los gnomos de Terry PRATCHETT, se debe también a que contiene multitud de sugerencias de distinta clase. Así, la diferencia entre incursionar y robar no está nada clara cuando unas personas dependen parasitariamente de otras, o cuando los medios de producción están por completo en manos ajenas. O bien, cómo la joven Arrietty se da cuenta de las limitaciones de sus padres y de su defectuosa comprensión del mundo, pero también de los motivos de sus consejos. O las consideraciones que Arrietty se plantea en Los incursores vengados, cuando se pregunta: «¿Sería tal vez (y era una curiosa idea) que los miembros de aquella raza oculta a la que pertenecía habían sido ellos mismos serumanos alguna vez? ¿Qué se habían ido haciendo más pequeños a medida que su estilo de vida se tornaba más secreto?».

Es deprimente pertenecer a una raza en la que ninguna persona sensata cree

Vale la pena reparar en que Norton describe con calma y construye todo con minucioso detalle, como debe hacerse cuando se quiere dar verosimilitud a un mundo fantástico.

Esto se aplica, por un lado, a las descripciones del paisaje que habitan los incursores: un mundo paralelo, a veces familiar, otras veces amenazante. Así, en Los incursores navegan, cuando los Clock son alojados provisionalmente por los Hendreary, se nos dice que «en aquel extraño nuevo hogar reinaba mucha oscuridad […], bajo las tablas del piso iluminado por cabos de vela pinchados en chinchetas de dibujo dadas vuelta (cuántas viviendas humanas debían incendiarse, comprendió repentinamente Arrietty, por el descuido de un incursor dejando por ahí velas encendidas). A pesar de las limpiezas de Lupy, los compartimentos olían a hollín, y en último término percibías un penetrante olor a queso».

Por otro lado, las sucesivas aproximaciones nos van dando una visión ajustada del modo de ser y de vivir de los incursores. En Los incursores en el campo, será la señora May quien diga que «los incursores son gente nerviosa; tienen que saber donde se guardan las cosas, y qué es lo que probablemente cada humano esté haciendo a determinada hora del día»; y Tom Goodenough apuntará que «los incursores no hacen daño. Ni arman jaleo tampoco. No son como los ratones de campo». En Los incursores vengados, la señora Menzies señalará que prefieren «casas antiguas y descuidadas, con tablas flojas en el piso, un artesonado centenario y todo eso; instalan su vivienda en los rincones y grietas que menos se espera. La mayoría vive detrás de los frisos, o incluso debajo del suelo…».

Y así el lector también acaba por sufrir la inquietud que los atenaza. Si por un lado parecen susceptibles y orgullosos, y actúan como si se creyeran dueños del mundo, y afirman que los «serumanos» fueron hechos para realizar los trabajos pesados, su mundo es poco apacible pues están en continuo peligro de ser «descubiertos», el máximo desastre que puede ocurrirles. Ciertamente, la naturaleza les ha dotado de «la comezón, la sensación que los incursores experimentan cuando hay cerca un ser humano», y que a Homily, por ejemplo, le empezaba en las rodillas. E incluso compartirá el desencanto de Arrietty cuando le dice a Tom: «Es tan deprimente y triste pertenecer a una raza en la que ninguna persona sensata cree».


4 febrero, 2009
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