BULWER-LYTTON, Edward George

BULWER-LYTTON, Edward GeorgeAutores
 

Escritor inglés. 1803-1873. Nació en Londres. Fue escritor, diputado y llegó a ser ministro de Colonias. Poseía una gran cultura clásica: tradujo a los clásicos latinos y griegos al inglés. Falleció en Torquay, Devonshire.


Los últimos días de Pompeya
Madrid: Anaya, 1989; 480 pp.; col. Tus libros; ilust. de María Teresa Ramos; trad., apéndice y notas de Jorge Ferrer-Vidal; ISBN: 84-207-3525-6.

Con el telón de fondo de la gran erupción del Vesubio, el año 79 después de Jesucristo, se narran los amores del ateniense Glauco y de la napolitana Iona. El malvado es, en este caso, el mago egipcio Arbaces, al que se «suponía en posesión del fatal don del mal de ojo».



Los conocimientos del autor sobre la antigüedad clásica le permiten reproducir la época con fidelidad histórica, e incluir numerosos personajes secundarios bien descritos que dan una visión panorámica de los modos de vivir de entonces. Dentro de la corriente de novelas de culto al pasado que propició el Romanticismo, Los últimos días de Pompeya es la iniciadora y, quizá, la mejor novela sobre la antigüedad en la época del nacimiento del cristianismo. En ella se realizan unas exactas descripciones físicas elaboradas por el autor en el mismo terreno donde se realizaban las excavaciones arqueológicas. Con el mismo rigor, se reflejan con detalle la vida ciudadana, «las costumbres, los ritos que regían la vida familiar, la distribución y el tamaño de las dependencias de las casas romanas, la decoración que los pompeyanos preferían (Jorge Ferrer-Vidal)».

Un modelo en miniatura del imperio

Pompeya era «una miniatura de la civilización de la época. Dentro del angosto recinto que rodeaba sus murallas, existía un ejemplo de cada una de las dádivas que el lujo ofrecía a los que gozaban del poder. En sus pequeñas y deslumbrantes tiendas, sus pequeños palacios, sus termas, su foro, su teatro, su circo, en la energía —mal que pesase a la molicie— y en el refinamiento —no exento de vicio— de sus habitantes, se podía contemplar un modelo casi exacto de todo el imperio. Era como una especie de juguete, un entretenimiento, una caja-muestrario, en la que los dioses parecían complacerse para eternizar el modelo de la monarquía más grande de la tierra y preservarlo después del tiempo como regalo sorprendente para la posteridad y justificación de la lección moral de que no hay nada nuevo bajo el sol».


26 febrero, 2009
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