LYRA, Carmen

LYRA, CarmenAutores
 

Seudónimo de la escritora costarricense María Isabel Carvajal. 1888-1949. Nació en San José. Sus primeros relatos fueron psicológicos y costumbristas. Desde 1931, fecha en que se adhirió al partido comunista, escribió frecuentes artículos políticos y debió exiliarse. Falleció en México.


Los cuentos de mi Tía Panchita
San José, Costa Rica, 1984; 190 pp.; ISBN: 9977-23-135-4. Hay edición en la red.

Veintidós cuentos precedidos de una introducción, escrita por la misma Carmen Lyra, sobre la narradora original, su tía Panchita. La gran mayoría están protagonizados por tío Conejo, un pícaro y a veces nada honrado personaje que amarga la vida de sus vecinos tío Coyote, tía Zorra, etc. Otros son relatos de reyes y princesas casaderas, y de chicos que parecen tontos pero no lo son tanto. Algunos tienen un protagonista original como el viejo Uvieta. Y no siempre los protagonistas y los finales son tan correctos y felices como algunos lectores esperan.



Narraciones fluidas y sabrosas. Carmen Lyra hace descripciones excelentes: «Era una vieja más fea que un susto en ayunas: tuerta, con un solo diente abajo que se le movía al hablar, hecha la cara un arruguero y con un lunar de pelos en la barba» (La Mica); utiliza modismos coloquiales vivos: «Cállate, vieja bocona», dice tío Elefante a tía Ballena, «¡trompudo, labioso!», le replica tía Ballena (Cómo tío Conejo les jugó sucio a Tía Ballena y a Tío Elefante); y coloca en su momento los comentarios oportunos: Juan, el de la carguita de leña, era un «tonto nada tonto», «pero como era tan bueno lo creían tonto porque así es la vida». Son abundantes los localismos, divertidos en algunos casos, difíciles en otros, pero siempre muy expresivos.

Humildes llaves de hierro

He aquí un resumen de la introducción:

«Mi tía Panchita era una mujer bajita, menuda, que peinaba sus cabellos canosos en dos trenzas, con una frente grande y unos ojos pequeñines y risueños. […] En sus orejas, engarzados en unos pendientes de oro, se agitaban dos de mis dentezuelos de leche. […] Ella solía decir que los tenía allí prisioneros, en castigo de los mordiscos que hincaron en su carne cuando estaban firmes en las encías de su dueña, quien solía tener tremendas indiadas. […]

Ella fue quien me narró casi todos los cuentos que poblaron de maravillas mi cabeza.

Las otras personas de mi familia, gentes muy prudentes y de buen sentido, reprochaban a la vieja señora su manía de contar a sus sobrinos aquellos cuentos de hadas, brujas, espantos, etcétera, lo cual, según ellas, echaba a perder su pensamiento. Lo que sé es que ninguno de los que así hablaban, logró mi confianza y que jamás sus conversaciones sesudas y sus cuentecitos científicos, que casi siempre arrastraban torpemente una moraleja, despertaron mi interés. […] En cuanto a mí, que jamás he logrado explicarme ninguno de los fenómenos que a cada instante ocurren en torno mío, que me quedo con la boca abierta siempre que miro abrirse una flor, guardo las mentiras de mi tía Panchita al lado de las explicaciones que sobre la formación de animales, vegetales y minerales, me han dado profesores muy graves y sabios. […]

Los cuentos de la tía Panchita eran humildes llaves de hierro que abrían arcas cuyo contenido era un tesoro de ensueños. […]

¿De dónde los cogió la tía Panchita?

¿Qué muerta imaginación nacida en América los entretejió, cogiendo briznas de aquí y de allá, robando pajillas de añejos cuentos creados en el Viejo Mundo? Ella les ponía la gracia de su palabra y de su gesto que se perdió con su vida.

¡La querida viejita que no sabía de Lógicas y de Éticas, pero que tenía el don de hacer reír y soñar a los niños!».


10 noviembre, 2009
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