SAINT-EXUPÉRY, Antoine de

SAINT-EXUPÉRY, Antoine deAutores
 

Escritor francés. 1900-1944. Nació en Lyon. Se hizo piloto de aviones en 1926. Desde 1933 pilotó aviones comerciales en Argentina. Varias veces sobrevoló los Andes y cruzó el Pacífico. De regreso en Francia, un aterrizaje forzoso en el desierto del norte de África, en 1938, le dio la idea de escribir El principito. En 1941 se trasladó a EE.UU. En 1943 volvió a ser piloto en Marruecos. Falleció en vuelo sobre el Mediterráneo, en una acción de guerra.


El principito
Barcelona: Salamandra, 2001, 2ª ed.; 95 pp.; ilust. del autor; trad. de Bonifacio del Carril; ISBN: 84-7888-665-6. Nueva edición en 2008; ISBN: 978-8498381498. [Vista del libro en amazon.es]

El narrador, piloto, sufre una avería en su avión y debe aterrizar en El Sahara. Allí encuentra un chico que ha llegado de otro planeta: el principito. Conviven durante ocho días. Dialogando con él, el piloto profundiza en su conocimiento propio y en el del corazón de los hombres.



Las obras de Saint-Exupéry están marcadas por su propia experiencia vital y una concepción de la grandeza del espíritu humano que cifraba en el afán de aventura y en el espíritu de superación. Por eso, a veces pensaba que la vida corriente era incompatible con los grandes ideales y manifestaba su preferencia por tiempos pasados, que juzgaba más caballerescos: la Edad Media, en particular. Sin embargo, saber mirar el peligro y la aventura con ojos de poeta, le hizo entender y formular en El principito una doctrina en cierto modo contraria: la defensa de la bondad y de la delicadeza, el rechazo de la superficialidad y del egoísmo, la necesidad de aprender a mirar las cosas sencillas y pequeñas con el corazón.

A través del entrañable principito, curioso y espontáneo, que se duele del comportamiento cerril de los adultos, que aprecia más que ninguna otra cosa el amor y la amistad, que hace notar la decepción que sufre al sentir la incomprensión, Saint-Exupéry hace conscientes a los adultos de la necesidad de atención y de afecto que los niños tienen; y transmite que, frente a la cerrazón-oscuridad de los adultos, la inocencia infantil es una llave-luz que nunca debemos perder. La prosa poética y nostálgica de Saint-Exupéry, la originalidad y brillantez de sus imágenes, seduce y hace ver más allá del significado literal de las palabras, aunque todo parezca indicar que, al final, El principito apunta bajo: a una trascendencia sin más contenido que los efluvios que deja la nostalgia. Es decir, que los fundamentos para la esperanza los ha de poner el lector, si los tiene.

El secreto del zorro

En su viaje, el principito llegó a la tierra. Después de subir a las montañas, de saludar a unas rosas…, y de algunos encuentros, con la serpiente, con una flor…, apareció el zorro. El principito le pide jugar con él. El zorro le dice que debe ser domesticado. El principito pregunta qué es domesticar. Crear lazos, responde el zorro. Y continúa:

«Si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro calló y miró largo tiempo al principito.

—¡Por favor… domestícame! —dijo.

—Bien lo quisiera —respondió el principito—, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

—Sólo se conocen las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

—¿Qué hay que hacer? —dijo el principito.

—Hay que ser muy paciente —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca.

Al día siguiente volvió el principito.

—Hubiese sido mejor venir a la misma hora —dijo el zorro—. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —dijo el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas».

El principito deberá despedirse finalmente del zorro:

«—Adiós —dijo.

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».

Otro libro: Carta a un rehén.


3 diciembre, 2009
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