FAST, Howard

FAST, HowardAutores
 

Seudónimo del escritor norteamericano Walter Ericson. 1914-2003. Nació en Nueva York, en una familia judía. Escritor de conocidas novelas históricas como Espartaco y Mis gloriosos hermanos. Falleció en Old Greenwich, Connecticut.


Tony y la puerta maravillosa
Barcelona: Lumen, 1986, 3ª ed.; 83 pp.; col. Grandes Autores; ilust. de Imero Gobbato; trad. de Juan Ribalta; ISBN: 84-264-3030-9.

Manhattan, Nueva York, hacia 1930. Tony, un chico bajito, chato y con pecas, es capaz de viajar al pasado a través de la puerta de un patio. Los adultos, que tan fácilmente olvidan que han sido niños, no le creen, y Tony tendrá que aportar una prueba.


Mañana de abril
Barcelona: Plaza & Janés, 1963; 178 pp.; trad. de J. Ferrer Aleu; agotado.

Año 1775, Lexington, Nueva Inglaterra. Adam Cooper, casi 16 años, cuenta un día y medio de su vida: desde la tarde del 18 de abril hasta el anochecer del día siguiente. En esa mañana de abril dio comienzo la guerra de Independencia norteamericana: a Lexington llega la noticia de que ha salido de Boston un ejército inglés que va en dirección a Concord, donde se almacenan los depósitos de armas de los patriotas, y que, por tanto, atravesará el pueblo por la mañana.



Fast es un narrador ágil y vigoroso a la vez. En Tony y la puerta maravillosa arma un relato simpático y vivo con un lenguaje sencillo y transparente. Intenta mostrar cómo se puede facilitar el paso de la infancia a la madurez sin frustración: «Las personas que no comprenden a los niños en seguida les llaman embusteros, pero muy a menudo el mundo imaginativo de los niños es real para ellos, y, en el fondo, no dicen mentiras sino que cuentan su mundo imaginativo». Tony personifica una infancia que necesita comprensión, y que, por fortuna, la encuentra en su madre y en el Doctor Forbes, a quien le atrae hablar de puertas, «en especial de las puertas que se abren. En estos tiempos, hay muchas puertas que permanecen cerradas, sí, demasiadas».

Mañana de abril, a caballo entre la novela psicológica y de guerra, ha sido a veces comparada con El rojo emblema del valor, de Stephen CRANE. Comienza con una descripción de las relaciones de Adam con su familia y su crispación ante los métodos educativos asfixiantes de su padre, Moisés Cooper, un hombre recto y poco afectuoso: «Jamás había oído de su boca una palabra amable o agradable». Sólo la madre de Moisés, y abuela de Adam, tiene una personalidad capaz de frenar a su hijo. Apoyando su novela sobre un tipo tan rocoso como el padre de Adam, «el pacifista más belicoso que cupiese imaginar», un hombre tan profundamente antimilitarista como violentamente polémico, miembro del Comité que defiende los derechos del pueblo ante la corona inglesa, Fast construye un sólido argumento en el que los problemas personales de Adam cambian por completo de dimensión ante los cambios drásticos que trae la guerra.

Los diálogos tienen agudeza y densidad, la intensidad de los sucesos va en aumento y el forzado proceso de maduración de Adam está bien contado. Fast expone distintos planteamientos ante la violencia de la guerra: cuando comienzan los combates, Adam es aleccionado por el viejo Salomón Chandler, quien le indica que no dispare hasta que pueda contar los botones de la guerrera del enemigo y, añade, «no goces con ello. Laméntalo, pero endurécete contra la piedad»…; el pastor presbiteriano le aclara que «nadie combate por la causa de Dios […]. Nadie mata en nombre de Dios. Sólo podemos pedir a Dios que nos perdone», opinión que Chandler no comparte; y su madre corta de raíz los comentarios belicosos del hermano pequeño de Adam: «No quiero que os jactéis de la muerte de seres humanos, ya sean nuestros o de los suyos». Un pequeño mapa y una breve noticia histórica hubieran dado claridad y, seguramente, mayor difusión a la edición española de esta sobresaliente novela.

Abrir puertas al pasado

Tony y la puerta maravillosa es, además de lo indicado, una invitación a que los niños conozcan los museos y sepan penetrar en el pasado a su través: «Era completamente natural que, de repente, la puerta se convirtiera en una puerta maravillosa, dejando de ser una puerta natural y corriente. Y también era natural que la puerta se abriera a un lejano pasado, a un pasado en que, entre todos los lugares del mundo, Manhattan era el más hermoso. Aquel Manhattan que no estaba íntegramente cubierto de altos y feos edificios que formaban sucias calles, sino adornado de verdes pastos y densos bosques y pequeñas casas de campo holandesas».

Hileras e hileras de guerreras rojas

En Mañana de abril, los patriotas de Lexington no quieren entablar combate sino detener el avance del ejército inglés, explicándoles sus razones: «No vamos a iniciar una guerra, sino a evitarla». Se colocan en el camino por el que van a pasar y aguardan hasta el amanecer. «Y entonces, después de la larga espera, después de la agitación y el decaimiento de la interminable noche, llegaron los ingleses. Los que estaban hablando bajaron la voz hasta convertirse en un murmullo. Después incluso éstos cesaron, y, a lo lejos, a través de la niebla, oímos el redoble de los tambores británicos. Comenzó como un rumor. Después pareció el ruido de un muchacho corriendo entre los cañaverales. Luego, el repiqueteo que yo hacía cuando corría junto a una empalizada con un palo en la mano. Pero ¿qué estaba yo haciendo aquí, con una escopeta entre mis húmedas manos? Empecé a tener miedo. Sentí un cosquilleo en la espina dorsal. Sentí como un peso en el estómago. Sentí un mareo en el corazón, mecido por el continuo y cada vez más fuerte redoble de los tambores». Aparecieron entonces «hileras y más hileras de guerreras rojas»…

Más libros: Mis gloriosos hermanos.


26 agosto, 2010
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