BRIZZI, Enrico

BRIZZI, EnricoAutores
 

Escritor italiano. 1974-. Nació en Niza. Autor de varios libros. Vive en Bolonia.


Jack Frusciante ha dejado el grupo. Una grandiosa historia de amor y de “rock parroquial”
Barcelona: Anagrama, 1997; 181 pp.; col. Contraseñas; trad. de Carmen Artal y Joaquín Jordá; ISBN: 84-339-2362-5.

El «viejo Alex», un «tardoadolescente» de 17 años de no muy buenas calificaciones, que vibra con la música rock y punk, se enamora fulminantemente de Aidi, una compañera. Ambos entablan una romántica relación en la que descartan el sexo por completo, contrariamente a lo habitual entre sus compañeros de instituto. Y es que Aidi no hablaba «con ese aire de gilipollas tío yo he estado con Chicos Mayores que tú, ni tampoco se enrollaba en el otro sentido, tío yo no he tenido Experiencias Serias aunque “habría podido”. No. Su sinceridad tenía un toque alucinante, y cada vez que decía alguna cosa —“cualquier” cosa— conseguía nebulizar interés y fascinación a su alrededor y se veía a un montón de kilómetros que lo suyo no era una pose». Pero aunque Alex vive unos meses felices, «se sentía un poco angustiado cuando pensaba que la suya sólo era una historia de diecisieteañeros con mecanismo de relojería y el jodido timer ya programado para la partida de ella a América».



Con esta primera novela, el autor obtuvo un éxito arrollador en Italia, donde se vendieron en poco tiempo cientos de miles de ejemplares. Las razones hay que buscarlas en sus aciertos estilísticos, en la exactitud de su retrato sociológico, y en la naturaleza de la relación amorosa entre los protagonistas: limpia en un entorno pringoso de sexo, drogas y alcohol.

En la narración se mezclan los comentarios de un observador externo, que siempre habla con benévola ironía de lo que siente y piensa Alex, y textos «del archivo magnético del señor Alex D.». Son numerosos los giros expresivos juveniles, eficaces y contundentes: entre ellos hay palabras groseras de la conversación habitual y palabras de argot personal —el padre es el Canciller, la madre es la mutter, el hermano es el frère de lait…—; expresiones inglesas comunes —feeling…—, o empleadas en plan gracioso —las airlines…—.

Son muchas las referencias literarias: a El principito y El guardián entre el centeno, entre otras, que puntúan y definen la relación entre Aidi y Alex. Les satisface verse a sí mismos como una pareja especial, más elevada y espiritual que las demás, sentir el suyo como un amor diferente, «reírse frente al Hombre de las Previsiones Seguras», comprobar que «la Gente sólo entiende cuando las cosas ya han ocurrido, nunca mientras ocurren», sorprenderse de que «la suya era una historia que en el cine nunca habría funcionado.

Bueno, por suerte.

Demasiado poco sexo.

Pero como diría Caulfield, si hay algo que odio son las películas. En cierto sentido, digamos. De todos modos, mejor ni me las mencionéis».

Brizzi presenta con garra y exactitud las inquietudes de un adolescente desorientado, de clase media, que vive al día y es buen chico aunque su aspecto externo extrañe a una vieja generación representada por unos padres demasiado pendientes del televisor y unos profesores mediocres. Alex simpatiza con radicales y anarquistas a la vez que rechaza el mundo planificado y gris de los mayores entre los que no encuentra nadie atractivo. Expresa su rebeldía por medio de su modo de vestir, y a través de la música, que inunda su mente, ensancha su corazón y modela sus estados de ánimo: «Escucho Love Song de los Tesla y pienso en Aidi cuando la canción dice “Love will find the way”. Siento una especie de agujero dentro del pecho, se me ocurre que mis sentimientos —los sentimientos de “todos”— son inútiles, se perderán, lágrimas en la lluvia».

Martino

Entre los amigos de Alex destaca Martino, el ídolo tóxico del instituto, que «parecía salido de un informe sobre los jóvenes a cargo de la Comunidad Europea. Concretamente, era el teenager con el que cualquier director de documentales sobre jóvenes podría soñar por la noche: aspecto más que decente, muy preocupado por la ropa […], tenía un léxico de guerrero de la noche y una vespa special azul de falso lumpen. Estaba forrado de pasta, sin embargo. Sus padres se habían divorciado hacía un montón de años. La madre, ahora, vivía con un Caraculo Liberal».

Antes de su suicidio, Martino escribe una carta de despedida para Alex, en la que le dice que él es el único que puede entenderle, «tú que eres una especie de kabreado social», y le indica sus motivos para el paso que dará, poco claros pues a fin de cuentas él mismo se da cuenta de que no piensa mucho, «la única cosa intelectual que hago es ver películas». En fin, se siente atrapado por la vida, ninguno de los panoramas de futuro le resultan atractivos y, concluye que aún tiene una salida, «una tercera manera, al fin y al cabo: saltar fuera del círculo que nos han dibujado alrededor».

Alex reflexiona, poco después del suicidio de Martino, por qué Jack Frusciante, un guitarrista que no tenía gran talento pero que hacía con solvencia su trabajo, abandona los Red Hot Chili Peppers justo cuando el grupo parece comenzar a triunfar: «Una decisión aparentemente tan incongruente era difícil de entender, y el viejo Alex, al que le gustaba reflexionar, a veces, sobre las tramas de hilos sutiles del destino, había seguido dándole vueltas en la cabeza».

La importancia fundamental de los sentimientos

Alex busca motivos fuertes para el comportamiento dictado por la sociedad, pero no los encuentra: «Por lo que yo sé debería estudiar para obtener un título que a su vez me permita obtener un buen trabajo que a su vez me permita obtener suficiente dinero para obtener una jodida serenidad completamente guerreada y herida y masacrada por los esfuerzos inauditos para alcanzarla. Es decir, uno de los fines últimos es esta jodida serenidad martirizada. Ése es el razonamiento. […] Y entonces, ¿por qué debería sacrificar los momentos de serenidad que vienen a mi encuentro “espontáneamente” por el camino? ¿Por qué tendría que tirarlos a un pozo, si también forman parte del fin al que hay que tender? […] La realidad es que me veo obligado a sacrificar mi yo diecisieteañero feliz de esta tarde a un eventual yo mismo calvo y barrigudo, cincuentón satisfecho, que abre la puerta del garaje con el mando a distancia y tiene dentro un bonito coche, una mujer que probablemente le pone los cuernos con el gestor y dos hijos gemelos con flequillo idénticos en todo a los niños nazis de la kinders».

El objetivo vital de Alex, reforzado por su efervescente amor por Aidi y por su rechazo al mundo adulto que conoce, es «estar bien», «sentirse vivo», y se pregunta: «¿Estoy dispuesto a meterme conciencia y contraconciencia bajo las suelas de los zapatos y buscar sólo lo que me hace estar feliz, lo que me hace estar bien, lo que me hace reír, para sentirme vivo en serio?

Sí, estoy dispuesto. Y eso no es todo. El hecho es que me estoy perfeccionando, porque ésta es una asignatura difícil. Y además no quiero caer en el error banalísimo de negar la existencia o incluso la importancia fundamental de los sentimientos, error que lleva a sórdidas reconversiones en edad tardía, cuando ya sólo se puede buscar en amor bajo las claves Relaciones Personales o Propuestas Matrimoniales, previo pago apartado de correos».

Alex se mira a sí mismo —«creo hallarme a mil millas de distancia de un hedonismo aburrido y discotequero»—, piensa en el futuro, y dictamina que «la clave está en dosificar sentimiento y estilo, la clave está en unir la rabia extemporánea del punk y el más riguroso comportamiento jazzista, para empezar la mayor revolución de todos los tiempos». Pero alguien tendría que decirle al pobre viejo Alex, aunque no le guste, que ninguna revolución es profunda si su base está en «la importancia fundamental de los sentimientos», por mucha que tengan, que la tienen.


20 enero, 2011
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