Flavia de los extraños talentos

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Flavia de los extraños talentos

Flavia de los extraños talentos, de Alan Bradley, es un libro descompensado en aspectos de su construcción pero con un tirón fuera de lo común, aparte de ser un ejemplo de cómo se puede poner un título en castellano más certero que el original.

1950, verano, pequeña ciudad inglesa llamada Bishop’s Lacey. En la gran casa de Buckshaw vive la familia De Luce, compuesta por el padre, viudo, completamente absorto en su ocupación de filatelista; las hijas mayores, Ophelia and Daphne, absortas a su vez con sus intereses amorosos y sus lecturas de novelones; y la protagonista y narradora, Flavia, que se pasa el tiempo en un laboratorio heredado de su madre, a la que no llegó a conocer pues falleció en una expedición aventurera cuando ella era muy pequeña. Un día, Flavia oye una violenta y confusa conversación entre su padre y un desconocido a quien encuentra moribundo, a la mañana siguiente, en su huerto.

La novela, que al principio parece tener aires góticos por el misterioso caserón donde viven los De Luce y por las inquietantes jugarretas que Flavia gasta a sus hermanas, se convierte luego en una novela policiaca que se centra en aclarar no sólo los misterios del presente sino también los del pasado. Todo se desarrolla con claridad, aunque parecen excesivos tanto los enredos como las deducciones a lo Sherlock Holmes de Flavia, empeñada en ganar la carrera de los descubrimientos al inspector Hewitt.

Pero lo sobresaliente de la historia está en Flavia, que cuenta las cosas muy bien, tiene unos excepcionales conocimientos de química, y es descarada, mentirosa, entrometida e insistente hasta decir basta. Sin duda, va excesivamente por encima de su edad en sus conocimientos científicos, en sus observaciones sarcásticas, y en sus numerosos comentarios sobre música o sobre literatura; además, no desfallece ni un momento y se pasa la novela oyendo mucha información confidencial como casualmente. Pero sus explicaciones, a propósito de casi cualquier cosa, no tienen desperdicio. Por ejemplo, cuando habla de que una de las claves de su investigación estuvo en el «tetracloruro de carbono», «uno de los compuestos químicos más fascinantes del mundo», explica sus peculiaridades indicando que «en el tetracloruro de carbono (que es uno de sus muchos nombres), cuatro átomos de cloro juegan al corro de la patata con un átomo de carbono». O, en un momento en el que se bloquea en sus conjeturas, comenta: «necesitaba encontrar un catalizador de alguna clase, como había hecho Kirchoff, por ejemplo, quien había descubierto que, si se hervía almidón en agua, seguía siendo almidón, pero que si se añadían unas cuantas gotas de ácido sulfúrico se transformaba en glucosa. En una ocasión había repetido el experimento para convencerme de que funcionaba, y sí, funcionaba. Las cenizas a las cenizas; el algodón al azúcar. Una pequeña ventana a la Creación».

Alan Bradley. Flavia de los extraños talentos (The Sweetness at the Bottom of the Pie, 2007). Barcelona: Planeta, 2009; 423 pp.; trad. de Montse Triviño; 423 pp.; ISBN: 978-84-08-08846-2.

 

17 junio, 2010
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