Claroscuro y suspense

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Claroscuro y suspense

La cena de Emaús, pintado en 1628 por Rembrandt, es un cuadro de una inteligencia y originalidad que quitan el habla, dice Simon Schama. «La transformación que produce el conocimiento obtenido a través de los sentidos y la transformación de los sentidos producida por el conocimiento. El exagerado claroscuro no es simplemente una engreída exhibición técnica. “¿Caravaggio? Es verdad, pero fijaos lo que puedo hacer con ello”. El claroscuro es el tema. La luz de la oscuridad; las Escrituras reinterpretadas (una vez más) como un remedio contra la ceguera. El sanador apenas está visible, como en silueta, con el contraluz procedente de una fuente luminosa que estuviera justamente al otro lado de la cabeza de Jesucristo, imaginable como una especie de vela, pero declarándose en todo lo relevante como la luz de la revelación, la luz del Evangelio». (…) La penumbra que perfila al fondo la silueta de la sirvienta es necesaria para hacerla visible y, presumiblemente, Rembrandt pretendía sugerir con ella que la luz del evangelio ya estaba produciendo iluminaciones».

Y es que, continúa Schama, «como casi todas las mejores obras de Rembrandt, el cuadro tiene significantes pero perceptibles imperfecciones. (…) Pero, después de todo, se trata de un cuadro de suspense (…), [y una] obra aparentemente incompleta invita a la capacidad del espectador a trabajar con el cuadro, a involucrarse en él, en mucho mayor medida que cualquier obra ostensiblemente acabada. Es como si Rembrandt ya estuviera renegando de la destreza del pincel a favor de una mirada urgente».

Simon Schama. Los ojos de Rembrandt.

16 abril, 2006
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