Dulce hogar

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Dulce hogar

Me ha sorprendido, para bien, Dulce hogar, una novela de 1924 de Dorothy Canfield Fisher. Su contenido se detalla bien en esta reseña por lo que voy a añadir otros comentarios.

Está dividida en cuatro partes. En la primera se presenta la familia Knapp —un ama de casa perfecta pero agobiante, su marido Lester, muy insatisfecho en su trabajo, tres hijos, dos encantadores y el pequeño Stephen, un rebelde de cinco años cuyas rabietas son monumentales—, y termina con un accidente que sufre el padre al volver del trabajo. La segunda y la tercera parte cambian las tornas: la señora Knapp empieza a trabajar en los grandes almacenes donde trabajaba su marido y demuestra unas condiciones extraordinarias para la venta; y el señor Knapp se ha de quedar en casa en su silla de ruedas y actúa como amo de casa, lo que le permite observar bien a sus hijos, en especial a Stephen. En la cuarta parte parece que el señor Knapp podrá volver a un trabajo que no desea y que su mujer tendrá que dejar un trabajo en el que está encantada.

La novela tiene una parte importante de crítica social hecha con gran habilidad, como quien no quiere la cosa. Por ejemplo, en los grandes almacenes necesitan un jefe de tienda y la mujer del propietario le dice que no busque un hombre sino una mujer: «Rinden más por el mismo sueldo. Se centran en su trabajo y no dan problemas». O, por supuesto, lo que la novela tiene de reivindicación de las labores del hogar, las haga quien las haga: cuando la bondadosa tía Mattie le dice al padre que «las tareas del hogar son la actividad más noble a la que uno se puede dedicar» pero a la vez muestra su disgusto porque tenga que desempeñarlas él precisamente, Lester le replica: «¿por qué me compadeces entonces?».

Pero la novela me ha encantado por lo bien que plantea la importancia de que un padre se pare a mirar y observar a sus hijos, comparta con ellos en voz alta sus aficiones literarias, y, en especial, por los capítulos extraordinarios que narran el mundo interior del pequeño Stephen. En la segunda parte del capítulo uno se nos cuenta su vinculación emocional con el osito Teddy que su madre no comprende en absoluto. En el capítulo once, el primero de la tercera parte, se aprecia cómo el padre se fija en Stephen y nota su desvalimiento, que sus rabietas nacían de su impotencia ante lo que veía como caprichos de adulto. En el capítulo trece hay unos momentos en los que Stephen vibra, sin saber por qué, oyendo los versos que recita en alto su padre. En el capítulo diecisiete Stephen sufre una poderosa rabieta que, sin embargo, su padre sabe encauzar con habilidad; y también en ese capítulo hay un momento en el que, por primera vez, Stephen cae en la cuenta de lo que le quiere su padre.

Dorothy Canfield Fisher. Dulce hogar (The Home-Maker, 1924). Madrid: Palabra, 2016; 302 pp.; col. Roman; trad. de José Rodríguez Pazos; ISBN: 978-84-9061-457-0. [Vista del libro en amazon.es]

24 marzo, 2017
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