HEMINGWAY, Ernest

HEMINGWAY, ErnestAutores
 

Escritor norteamericano. 1899-1961. Nació en Oak Park, Illinois. Se presentó voluntario para ir a la primera Guerra Mundial. Fue corresponsal en Europa de periódicos norteamericanos. Viajó por muchos lugares. Vivió varios años en Cuba. Premio Nobel 1954. Murió en Ketchum, Idaho.


El viejo y el mar
Madrid: Debate, 2003; 157 pp.; col. Punto de rescate; trad. de Lino Novas Calvo; revisión de José Hamad; prólogo de Juan Villoro; ISBN: 84-8306-530-4. Nueva edición, con material didáctico para escuelas, en Debolsillo, 2001; 208 pp.; trad. de Miguel Temprano; ISBN: 978-8499089980. [Vista de la última edición en amazon.es]

Santiago, un pescador cubano en el que «todo era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos», mantendrá una lucha titánica con un enorme pez, «largo, espeso, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua».



Matilda, la pequeña y sabia lectora de Roald DAHL, manifiesta su preferencia por Hemingway porque «la forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa». Es una descripción sencilla pero exacta de su estilo sobrio y diáfano, que con frases cortas y coloquiales sugiere más que describe. El mejor ejemplo es esta conocida historia en la que un viejo pescador termina enzarzado en un combate titánico en el que no se sabe quien pesca a quien, un episodio más de la relación tensa entre la naturaleza y el hombre. Eso sí, debe decirse que la traducción podría estar más afinada, como puede deducirse de una de las frases mencionadas más arriba.

El excelente prólogo de Juan Villoro contiene información útil para el lector: la exactitud de Hemingway en las descripciones del mar y de la pesca, su intención de contar una historia mítica como la de Ahab y Moby Dick, el uso que hace de los recursos de la crónica deportiva junto con la «intrincada red de correspondencias» con el béisbol que hay debajo de su historia y, en concreto, su deseo de lograr la exaltación que siempre produce un «comeback», el regreso contra los pronósticos, la gran hazaña del veterano que vuelve para dar una lección inolvidable. También en él se apunta cómo la voluntad estilística del escritor norteamericano, de recrear los hechos en estado puro, tiene algunas consecuencias entrelazadas entre sí: que las acciones revelan a los personajes, que de ahí proceden tanto la facilidad con que conecta con muy diversos tipos de lectores como el que «muchas veces sea simplificado», que por eso las conclusiones morales dependen por completo de lo que añada el lector a la historia pues, aunque Hemingway sostuvo alguna vez que «las acciones más comunes tienen un trasfondo religioso, un horizonte que trasciende a los personajes», eso era para él tan inalcanzable que no valía la pena discutirlo.

En la nota titulada Viejas verdades universales figura una extraordinaria crítica, breve y penetrante, que hizo FAULKNER de este relato.

Vamos, ven a matarme

Nuestra cultura puede informar ampliamente sobre muchas cosas, pero no es un prodigio de claridad cuando intenta enseñar en qué consiste ser hombre. Entre los abundantes mensajes incompletos, el de Hemingway es claro: con frecuencia, sus personajes se rigen por un código moral sencillo —el código del deportista, del jugador, del torero, del soldado…—. En sus obras, el autor norteamericano ensalza un duro estoicismo voluntarista que se concreta en aceptar el destino y en afirmar la vida cuando está cercana la muerte. Esto roza la insensatez en El toro fiel, (relato citado en el comentario a Ferdinando el toro, de Munro LEAF), donde se identifica fidelidad con arremeter sin pensar, eso sí, hasta el final sea cual sea. Puede verse algo más de lógica, pero no mucha más, en El viejo y el mar, cuando Santiago, después de horas de lucha, ve al pez por vez primera y se dirige a él diciéndole: «Me estás matando, pez. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quien mate a quién». Pero podemos dejarlo estar y quedarnos con lo que la obra tiene de canto al optimismo y a la tenacidad, al coraje que Hemingway consideraba tan inútil como indispensable, pues para él era la única justificación de la existencia del hombre, que así debe probar su resistencia a las fuerzas que quieren destruirle: «El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado», dirá Santiago.


8 febrero, 2006
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